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Esta parábola es sumamente motivadora, nunca suficientemente meditada y ahondada. En ella se refleja tanto la violencia abierta, como la indiferencia que sólo asegura lo propio. Sin embargo, están también y sobre todo los gestos de humanidad, compasión y ternura del extranjero que se acerca al hombre caído y genera una red de cuidados en su derredor.

Bien sabemos que el controversial samaritano solidario es Jesús mismo, que se acerca cada vez a nosotros, para insistirnos que sólo ese es el camino a la “vida plena o eterna”, que fue la pregunta inicial que motivó la parábola (Cf. Lc 10,25).

Recojamos el desafío conclusivo del Maestro: “Ve, y ¡haz tú lo mismo!”. Aprender a mirar con sus ojos, dejarnos estremecer con su corazón compasivo, actuar de inmediato como él, para dar una mano a las tantas personas caídas y vulnerables que nos rodean, y comprometernos en las redes benéficas de quienes siguen cuidando a los marginales de nuestra sociedad.

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